8 de diciembre de 2013

Llena de pedazos


Me siento en el banco más alejado del hotel, me abrazo las piernas y me miro las rodillas, buscando algún rasguño, algún cardenal. Nada. Lo malo de los corazones rotos es eso: no puedes echarles agua oxigenada por encima y soplar mientras las burbujitas caminan por la herida: solo puedes guardarte los pedazos. Y no hay operaciones ni medicinas que lo puedan curar, te tienes que quedar  con tu corazón así, roto.

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